HOSTILIDAD Y SOLIDARIDAD EN EL MUNDO DE HOY
 
E Entrevista


Entrevista con Michel Agier

Por Julian Harruch


Julián Harruch: Un tema que atraviesa varios de sus libros y que usted abordará en su conferencia es el de la hospitalidad. Cuando pensamos en la hospitalidad, entendida como la virtud de acoger o asistir al extraño o al extranjero, muchos tal vez estaríamos inclinados, en un primer momento, a ubicar la reflexión en el terreno de la ética o la moral. En cambio, en sus libros usted enfatiza la dimensión política de la hospitalidad. ¿Por qué, para usted, la hospitalidad es un tema fundamentalmente político y por qué, más aún, es un tema que debería preocuparnos hoy?

Michel Agier: En efecto, a primera vista la hospitalidad se presenta como una cuestión moral, incluso religiosa. Con frecuencia, tanto históricamente como en la actualidad, las personas que practican la hospitalidad lo hacen con referencia a una explicación moral, en términos de compasión o de caridad, o religiosa: por ejemplo, que cada extranjero es una representación o un mensajero de Dios. Yo, como otros antropólogos y sociólogos, pienso que podemos abordar la hospitalidad como una cuestión social, es decir, pensando en ella como el primer paso de una relación social, como el abrir la puerta a algo que no es lo propio o lo mismo, a la alteridad, como sea que ella se presente. Siempre es necesaria, y esto es cierto también para las sociedades más antiguas, una relación con el otro para no desaparecer.

El antropólogo Levi Strauss ya advertía que lo peor que le puede ocurrir a un grupo humano es quedarse solo. La soledad, ya sea del individuo o del grupo, conduce a la desaparición. Un individuo muere, una sociedad muere, cuando cierra las puertas al otro. La tendencia hoy en el mundo, con el fortalecimiento de las fuerzas de extrema derecha, es más y más a cerrar las puertas de la casa y también las fronteras territoriales. Por tanto, la hospitalidad se vuelve una cuestión política en el sentido de que la respuesta al nacionalismo y al individualismo, para que el mundo pueda seguir funcionando, es la creación de nuevas relaciones sociales a través de la hospitalidad al otro. También debemos tener presente otra cara de la cuestión, que es la cosmopolítica, como la ha formulado el filósofo Immanuel Kant, cuando dice que, como la tierra es un globo y siempre vamos a encontrarnos con el otro, hay que generar entendimiento si queremos evitar la guerra. Y lo contrario de la guerra es la hospitalidad.

JH: La cuestión de la hospitalidad está ligada a otro tema clave en su investigación: las fronteras o las zonas de frontera. En un momento como el actual, en el que cada vez más los estados-nación responden a la crisis migratoria levantando muros para mantener a raya a los ‘migrantes ilegales’, para ‘protegerse de los indeseables’, la noción de frontera es usualmente asimilada a los muros. Sin embargo, según usted las define, las fronteras son exactamente lo contrario de los muros. ¿Cómo entiende usted esa distinción entre frontera y muro, y por qué es una distinción importante en relación con la reflexión sobre la hospitalidad?

MA: Yo parto de una reflexión antropológica de la frontera, a saber, la frontera no como algo que impide la relación con los otros, sino como algo, ya sea material o no material, que al mismo tiempo distingue a los humanos y los une. Es fundamental, por ejemplo, pensar en las identidades en términos de fronteras. Necesitamos de una alteridad para tener una identidad, y necesitamos de las fronteras para que haya alteridad. Ahí reside lo propio de lo humano. Pero lo propio del muro es transformar esa distinción en una separación absoluta. El muro impide ver la alteridad.

Si pensamos en términos espaciales, por ejemplo, encontramos que las fronteras de las ciudades y los pueblos son evolutivas, nunca invariables: en la medida que las ciudades se amplían redefinen sus fronteras. Y del mismo modo sucede con las fronteras religiosas. Por ejemplo, si pensamos en las relaciones entre las religiones cristiana, musulmana y judía, que son tres grandes religiones con un mismo origen, variantes de una misma creencia monoteísta, vemos que las fronteras entre ellas no están fijas. Decir que el muro es lo contrario de la frontera es una manera provocativa de llamar la atención sobre el hecho de que las fronteras siempre han existido en la vida de los humanos, pero como condición de posibilidad del relacionarse con el otro. Cuando se cierra la frontera, cuando el otro se hace invisible, la frontera ya no cumple su función como lo que permite encontrarse con la alteridad. El muro cierra a los individuos y a los grupos humanos en la identidad, y al hacerlo impide la reproducción, pues es la alteridad la que permite la reproducción, en todos los sentidos; en el físico, por supuesto, pero también en el social y el cultural.

JH: Los estados-nación suelen basar la ciudadanía y, en última instancia, el derecho a tener derechos, en el 'derecho de tierra' (el haber nacido en la tierra), o el 'derecho de sangre' (el haber nacido de padres a su vez nacidos en la tierra). Y justificados en esos derechos, justamente, se niegan a acoger a los migrantes ilegales. A esos derechos, en cambio, usted contrapone el derecho a la hospitalidad. ¿En qué consiste el derecho a la hospitalidad que usted defiende?

MA: El derecho a la hospitalidad es, fundamentalmente, el derecho a la movilidad. Hoy tenemos en el mundo más y más grupos y personas en movimiento, tanto al interior de los Estados como entre territorios nacionales, como en el caso de los venezolanos que llegan a Colombia o de los sirios que llegan al Líbano, por mencionar algunos ejemplos. Pero el problema es que no tenemos a nivel nacional ni global una base política, institucional y jurídica que garantice el derecho a la movilidad. Este derecho está más o menos inscrito en la ley internacional, que dice que todos tenemos el derecho a salir de un país, sea el país de origen u otro. Pero esta es solo la mitad del derecho a la movilidad. La otra mitad es el derecho de llegar o de pasar entre países. Es lo que Kant llamaba el derecho de visita, que no implica un derecho absoluto a habitar o a quedarse. Hoy en día lo que tenemos son ciudadanías nacionales, y cuando hay tantas personas que están en formas de movilidad de larga duración, lo que se necesita es una forma de ciudadanía que no esté solamente ligada a una pertenencia o identidad nacional, sino una forma de ciudadanía anexada a la movilidad.

JH: Luego, ¿es necesario, si queremos un mundo más hospitalario, repensar la arquitectura política del mundo más allá de los estados-nación, que son la unidad político-administrativa del poder global?

MA: Más allá y por debajo. Si miramos cómo funciona hoy la hospitalidad, vemos que hay niveles interrelacionados. Primero un nivel individual y doméstico. En mi casa yo recibo a quien guste recibir, y el Estado no tiene por qué entrometerse en quién está en mi casa. Pero, por cierto, esta libertad individual deja de existir, como ha sucedido por ejemplo en Francia en los últimos años, cuando personas que reciben en su casa a extranjeros indocumentados son condenadas por colaborar con la llamada ‘inmigración clandestina’. Lo cual nos pone de nuevo frente a la dimensión política de la hospitalidad, pues el hecho de recibir en casa a alguien que el Estado no quiere recibir es una forma de desobediencia civil.

Luego hay también un nivel colectivo o asociativo de la hospitalidad. En Europa, con la crisis migratoria de 2015 y después, vimos un aumento muy importante de asociaciones y de grupos creados por centenas para organizar la acogida de migrantes. Otro nivel es el municipal, que fue también muy importante en los últimos años. En muchas ciudades pequeñas y pueblos de Europa, las municipalidades organizaron los espacios de acogida.

Luego está el nivel nacional que, como dice el filósofo René Schérer, es la catástrofe de la hospitalidad, porque lo nacional representa la obsesión de la territorialidad, que además es el sustento de la legitimidad de los dirigentes nacionales. Eso puede cambiar, por supuesto, cuando los dirigentes nacionales deciden abrir las fronteras. Pero incluso eso todavía no es suficiente, porque al nivel internacional, que es el último nivel, siempre habrá un territorio nacional que no querrá abrir sus puertas. De ahí que sea necesario un derecho mundial que ampare el derecho a la hospitalidad. Es cierto que los países no aplican las normas internacionales cuando no quieren. Las convenciones internacionales son solo indicaciones u orientaciones que los marcos jurídicos nacionales utilizan o no. Pero esas reglas a nivel mundial, cuando existen, pueden en todo caso ayudar a los grupos, las asociaciones y las instituciones municipales a cambiar las reglas nacionales para hacerlas más hospitalarias.

JH: Además de las guerras y la precariedad económica, otro factor muy importante en los movimientos migratorios hoy en día es el cambio climático, que hará que cada vez más porciones del planeta sean inhabitables para el ser humano. Distintos modelos anticipan que la población que tendrá que moverse se contará por cientos de millones de personas, tal vez miles. Ese panorama hace pensar que la construcción de un mundo más hospitalario implica también otra relación entre seres humanos, entre el ser humano y la naturaleza, el abandono del extractivismo y, por tanto, también transformaciones sustanciales en la economía. Mi pregunta es: ¿es ese mundo cosmopolita y hospitalario que necesitamos construir compatible con el sistema capitalista hoy existente?

Es una cuestión muy grande y abierta, y no estoy seguro de tener los argumentos para dar una respuesta rotunda. Ahora bien, cuando hablamos de la hospitalidad, sin duda, estamos también hablando de solidaridad. Para poder aguantar los efectos destructivos del cambio climático, de las guerras, las sequías y otras problemáticas, también asociadas a la problemática de los desplazamientos masivos, necesitamos de una solidaridad a nivel mundial, entre países, regiones y continentes. Esa solidaridad a largo plazo no parece compatible con el afán de lucro que encarna del capitalismo. A corto plazo es diferente, porque, por ejemplo, hoy Europa se está haciendo vieja, y los propios empleadores, sobre todo de pequeñas empresas, necesitan trabajadores que solo encuentran entre los migrantes, muchas veces, más aún, entre los indocumentados. Ya hay iniciativas de coordinación entre asociaciones de apoyo a migrantes, empleadores, sindicatos e instituciones del Estado para organizar la regularización de esos migrantes. Eso es un pequeño inicio. Hay una crisis entre las propias firmas capitalistas para tener trabajadores en algunos sectores, como la hostelería y la industria. De manera que, y hay varios análisis en este sentido, hay una compatibilidad entre el capitalismo y la movilidad de los trabajadores, pues la movilidad es una manera de ampliar la sociedad para tener más jóvenes, lo cual puede ser una respuesta contra quienes se oponen a la migración, por ejemplo, en el caso Europeo, apelando a teorías conspirativas como la del ‘gran reemplazo’.

JH: El próximo 1 de diciembre usted dictará una conferencia en Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria. ¿Qué rol pueden jugar las artes, los artistas y las instituciones culturales en la consecución de un mundo más hospitalario y más cosmopolita?

MA: Uno muy importante. En las prácticas de hospitalidad que existen hay una dimensión fundamental que es la hospitalidad lingüística y cultural. Hay en París, por ejemplo, iniciativas como la de una casa de artistas exiliados (l’atelier des artistes en exil), que son tanto escritores, pintores, fotógrafos y personas que hacen teatro. De manera más general, hay muchas obras de teatro que se están creando con la participación, en la escritura y la actuación, de migrantes. La cultura se abre y se amplía cuando la hospitalidad abre la sociedad. La hospitalidad se hace abriendo las casas, la sociedad y abriendo también la cultura. Hay, recientemente en Francia, premios de literatura dados a autores africanos (como el premio Goncourt en 2021 a Mohammed Mbougar Sarr) que no necesariamente llegaron con la última migración, pero que han llegado con otras migraciones, a veces como estudiantes, y que terminan siendo grandes romancistas de la lengua francesa, aunque vienen de otras tradiciones africanas. Eso pasa en todos los contextos de movimientos migratorios a lo largo de los años. También hay autores franceses que escriben novelas que retratan la migración clandestina y transforman sus personajes en héroes, con la muerte como vecina constante de sus trágicas vidas. De este modo, esos romancistas se quieren separar de la hostilidad publica manifestada por los gobernantes. Sin duda, la cultura se enriquece con la migración.